Llamados por Nuestro Nombre
La Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor nos recuerda de manera poderosa quiénes somos y a quién pertenecemos. En el Evangelio de Lucas, somos testigos de un momento de afirmación divina cuando Jesús es bautizado en el río Jordán. El cielo se abre, el Espíritu desciende como una paloma, y una voz proclama: “Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.” Este momento no solo marca el comienzo del ministerio público de Jesús, sino que también revela una profunda verdad sobre el amor de Dios: un amor que nos llama, nos reclama y nos envía al mundo.
Nuestra lectura de Isaías 43:1-7 refleja esta misma verdad:
“No temas, porque yo te he redimido; te he llamado por tu nombre, tú eres mío.”
Estas palabras fueron dirigidas al pueblo de Israel en el exilio, una comunidad que anhelaba esperanza y restauración. La promesa de Dios para ellos es tanto tierna como audaz: no importa los desafíos que enfrenten—ya sea al pasar por las aguas o al caminar por el fuego—Dios estará con ellos.
Esta seguridad no se limita a Israel; se extiende a nosotros. En el bautismo, Dios llama a cada uno por su nombre y nos reclama como sus amados. Es una declaración de que nuestro valor no está basado en nuestros logros o fracasos, sino en el amor inquebrantable de Dios. Así como Jesús escuchó la voz del cielo en su bautismo, también nosotros estamos invitados a escuchar la voz de Dios diciendo: “Tú eres mi amado. Me deleito en ti.”
En el Evangelio de Lucas, Juan el Bautista describe el bautismo que traerá Jesús como uno de Espíritu Santo y fuego—un bautismo que transforma y refina. Este es el trabajo del bautismo en nuestras vidas. No es solo un momento del pasado, sino un llamado continuo a vivir como el pueblo amado de Dios, reflejando la luz y el amor de Dios en el mundo.
Las imágenes de Isaías sobre pasar por las aguas y el fuego nos recuerdan que este camino no siempre es fácil. Sin embargo, la promesa de Dios permanece: nunca estamos solos. La presencia de Dios nos acompaña en cada desafío, dándonos poder para vivir nuestra identidad bautismal.
Mientras reflexionamos sobre el bautismo de Jesús, se nos invita a considerar cómo estamos viviendo nuestras propias promesas bautismales. ¿Cómo estamos encarnando el amor y la gracia que hemos recibido? ¿Cómo estamos respondiendo al llamado de Dios para buscar justicia, amar la misericordia y caminar humildemente?
En la Iglesia Episcopal de Santa María Magdalena y San Martín, esto puede significar continuar sirviendo a nuestra comunidad a través de programas de alcance, abogando por los vulnerables o simplemente siendo una presencia compasiva en nuestra vida diaria. Donde sea que estemos, Dios nos llama a reflejar el amor que hemos recibido, sabiendo que el Espíritu nos sostiene.
Las aguas del bautismo nos recuerdan que somos de Dios—amados, redimidos y enviados al mundo. Al recordar el bautismo de Jesús este domingo, renovemos también nuestro compromiso de vivir como el pueblo amado de Dios, confiando en la promesa de Dios:
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y por los ríos, no te cubrirán.”
Que salgamos con corazones llenos de gratitud y valentía, listos para reflejar la luz de Cristo en un mundo que anhela esperanza y sanidad.