Cristo, el Alfa y la Omega: Reflexiones sobre Apocalipsis 1:4b-8
Cristo, el Alfa y la Omega: Reflexiones sobre Apocalipsis 1:4b-8
El libro de Apocalipsis a menudo se percibe como misterioso e intimidante, lleno de imágenes apocalípticas y símbolos crípticos. Sin embargo, su propósito es profundamente pastoral: brindar esperanza y seguridad a los creyentes que viven en un mundo donde la fidelidad puede sentirse como un desafío constante. El pasaje que meditamos hoy establece el tono al anclarnos en el reinado eterno de Cristo y recordarnos nuestro lugar en su reino.
Juan comienza saludando a su audiencia con una bendición arraigada en la naturaleza de Dios como eterno e inmutable. Esta descripción—"el que es, el que era y el que ha de venir"—nos recuerda que la presencia de Dios trasciende el tiempo. Habla de su fidelidad en el pasado, su constancia en el presente y su promesa de estar con nosotros en el futuro.
Para nosotros, como cristianos de hoy, esto es una fuente de gran consuelo. En medio de la incertidumbre, los cambios y los temores, la naturaleza inmutable de Dios nos proporciona una base firme. Como miembros de la Iglesia Episcopal, encontramos esta seguridad en la Oración Eucarística, cuando proclamamos el misterio de la fe: Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Cristo volverá.
La salutación de Juan también enfatiza nuestra identidad en Cristo: “Al que nos ama y nos liberó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo un reino, sacerdotes al servicio de su Dios y Padre” (Apocalipsis 1:6, NRSV). Estas palabras son un poderoso recordatorio de que no solo somos receptores del amor y la gracia de Dios, sino también participantes activos en su misión.
La teología episcopal del “sacerdocio de todos los creyentes” refleja este sentimiento. Cada uno de nosotros está llamado a vivir como representantes de Cristo en el mundo, compartiendo su amor, trabajando por la justicia y proclamando las buenas nuevas. En Santa María Magdalena y San Martín, encarnamos este llamado a través de nuestro alcance comunitario, ya sea apoyando refugios locales, ayudando a familias en crisis o solidarizándonos con comunidades marginadas.
El pasaje culmina con la majestuosa declaración de Jesús como el Alfa y la Omega, las primeras y últimas letras del alfabeto griego. Este título subraya la autoridad de Cristo sobre toda la creación: Él es el principio de todo y aquel en quien todas las cosas finalmente se cumplirán.
Para nosotros, esto significa que Cristo no solo está presente en los momentos de alegría, creación y comienzos, sino también en los finales y transiciones que pueden sentirse como pérdida. La esperanza del Apocalipsis radica en esta verdad: el final de nuestra historia no es la desesperación ni la destrucción, sino la renovación y la reconciliación en Cristo.
Apocalipsis 1:4b-8 nos llama a alzar los ojos hacia el reinado eterno de Cristo y a vivir como testigos fieles de su reino. Nos desafía a confiar en su soberanía, a encontrar paz en su naturaleza inmutable y a abrazar nuestra identidad como sus amados.
Al reflexionar sobre este pasaje, consideremos cómo podemos encarnar la esperanza y el amor de Cristo en nuestras vidas. ¿Cómo podemos proclamar su reinado eterno, no solo con nuestras palabras, sino con nuestras acciones? ¿Cómo podemos llevar la luz de su reino a los rincones del mundo que más lo necesitan?
Que vayamos adelante con la gracia y la paz de aquel que es, que era y que ha de venir, dando testimonio del Alfa y la Omega, nuestro Rey eterno.