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¿Amamos a Dios por lo que es?

¿Amamos a Dios por lo que es?
Reflexión La historia de Job (Job 1:1, 2:1-10, 23:1-9, 16-17, 38:1-7, 34-41, 42:1-6, 10-17)

Una de las preguntas más difíciles a las que nos enfrentamos en nuestra vida espiritual es la siguiente: ¿Amamos a Dios por lo que es, o sólo por las cosas buenas que tenemos? Esta pregunta llega al corazón de la fe auténtica y nos invita a reflexionar sobre la profundidad de nuestra relación con Dios. ¿Depende nuestro amor a Dios de las bendiciones que recibimos -salud, riqueza, seguridad- o está arraigado en algo más profundo, en una devoción genuina que perdura incluso cuando la vida es difícil?

La historia de Job nos habla directamente de esta lucha. Job era un hombre de profunda fe, descrito como «intachable y recto», y sin embargo se enfrentó a pérdidas y sufrimientos inimaginables. Cuando Satanás pone en tela de juicio la integridad de Job, surge la pregunta: ¿Ama Job a Dios sólo por las bendiciones de su vida? ¿Qué pasaría si todas esas bendiciones le fueran arrebatadas? ¿Permanecería la fe de Job?

A medida que recorremos la historia de Job, nos enfrentamos a esta incómoda realidad. El sufrimiento de Job parece injusto. Lo ha hecho todo bien y, sin embargo, su vida se desmorona. En su dolor, Job cuestiona a Dios, pero nunca le da la espalda. Incluso cuando sus amigos le ofrecen explicaciones superficiales de su sufrimiento, Job se aferra a su relación con Dios, luchando por comprender, pero sin abandonar nunca su fe. Es aquí donde empezamos a ver cómo es amar a Dios por lo que es. El amor de Job por Dios no es transaccional, sino relacional, basado en la confianza, incluso en medio de la confusión y el dolor.

Este tema resuena en toda la Escritura. También Jesús se enfrenta a la gente con el mismo desafío. Después de alimentar a los 5.000, muchos le siguieron porque estaban impresionados por el milagro. Pero Jesús va al meollo de la cuestión y les dice que no le buscan porque sepan quién es Él, sino porque quieren más pan. Nos desafía a examinar nuestras motivaciones: ¿Seguimos a Dios por las bendiciones que esperamos recibir, o lo seguimos porque buscamos una relación más profunda con el Creador, que trascienda las ganancias materiales?

Es fácil amar a Dios cuando la vida va bien, cuando tenemos salud, estabilidad económica y relaciones significativas. Pero, ¿qué ocurre cuando esas cosas nos son arrebatadas? ¿Seguimos amando a Dios cuando perdemos nuestro trabajo, cuando nos sobreviene una enfermedad o cuando muere un ser querido? Ahí es donde se pone a prueba la fe. Es en esos momentos cuando descubrimos si nuestro amor por Dios se basa en lo que Dios nos da o en quién es Dios.

El apóstol Pablo nos ofrece una poderosa perspectiva al respecto. En su carta a los Filipenses, Pablo habla de aprender a estar contento en todas las circunstancias, ya sea en la abundancia o en la necesidad. Su fuerza, dice, no procede de sus circunstancias externas, sino de su relación con Cristo. Este tipo de fe va más allá de los altibajos de la vida. No está anclada en las cosas buenas que tenemos, sino en la presencia inmutable de Dios.

Creo que este tema nos desafía a considerar nuestros propios motivos. ¿Por qué adoramos? ¿Por qué rezamos? ¿Es porque esperamos que Dios nos bendiga a cambio, o porque amamos a Dios por Dios mismo? Una de las lecciones más profundas que aprendemos de las Escrituras es que Dios desea una relación con nosotros, una relación basada en la confianza y el amor, no simplemente en lo que recibimos. El verdadero amor a Dios es relacional, no transaccional.

Esto no quiere decir que no experimentemos las bendiciones de Dios: las experimentamos, y son buenos regalos. Pero nuestra fe debe ser más profunda. Debe ser capaz de resistir los momentos en que las bendiciones parecen escasas, cuando la vida es dura y cuando no entendemos lo que Dios está haciendo. En esos momentos, se nos invita a inclinarnos hacia el misterio de Dios, a confiar en su sabiduría y a amar a Dios por lo que es, incluso cuando las cosas buenas no están ahí.

En última instancia, amar a Dios por lo que Dios es significa confiar en que la presencia de Dios es suficiente. Se trata de desarrollar una relación que no dependa de nuestras circunstancias, sino de la seguridad de que Dios está con nosotros en todo. Se trata de encontrar la alegría no en lo que recibimos, sino en quién es Dios: Creador, Sustentador y Redentor. Este tipo de amor no es fácil. Requiere un cambio en nuestra forma de ver nuestra relación con Dios. Pero cuando vamos más allá de amar a Dios por los dones, descubrimos una fe más rica, más profunda y más duradera.

Así que, mientras reflexionamos sobre nuestros propios viajes espirituales, preguntémonos: ¿Amamos a Dios por lo que es, o sólo por las cosas buenas que tenemos? Es una pregunta que puede remodelar nuestra comprensión de la fe y profundizar nuestra relación con Dios. Y quizá, al luchar con esta pregunta, encontremos una fe que se mantiene firme, no por lo que tenemos, sino por quién es Dios.

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